No alcanzan cinco años


Por: Pedro Jorge Velázquez Rodríguez
Fue grande. Parecía que entraba al lugar de mis sueños, a la casa que una vez imaginé tener. Parecía que las personas andaban sin rumbo, apurados, con los ojos inquietos y expectantes. Una edificación, otra, pasillos interminables, calles, puertas, hojas. Caminos cubiertos por los enormes árboles, testigos de cada pasaje, de cada historia, de cada sueño que se generó aquí.
Y así pasó el tiempo. Para todos. Fui de pronto un carné, un número en la lista, una litera, una mesa, un lápiz, una brisa que pretendía convertirse en epopeya. Fui de pronto un balón de fútbol, el canto de un festival, una calificación, la sonrisa de mi madre, el regaño de mis profes, el hombro de mis amigos, el sueño que se gestaba. Fui una cola en el comedor, un libro recién comprado, un café en las mañanas, una noche en el Mejunje.
Y así pasó el tiempo. Para todos. Y volví a caminar entre los árboles, una y otra vez, confiado en cada paso y en cada nuevo escalón. Confiado en que nada podía pasarme si estaba aquí. Confiado en cuanto había crecido. Y más que un sueño ya fui un proyecto, un propósito que buscaba su fin.
Y así pasó el tiempo. Para todos. Y caminé, una y otra vez, y en cada paso contaba cuánto sacrificio aún regía mi meta. Pero quedaba tiempo, mucho tiempo. Faltaban aún 4 años, o tres, o dos, o uno, o todos. Faltaba el llanto por la nota que no esperaba, la novia nueva, las cuartelerías, las tardes de lluvia, el baño en el río, el diploma. Faltaba tanto y faltaba muy poco, porque a veces acabas de llegar y no alcanzan cinco años.

Comentarios