¿A dónde va mi periódico?

Pedro Jorge Velázquez -
Me levanté temprano esa mañana. Era la primera vez que me despertaba apurado por llegar al estanquillo a comprar un periódico. No era un periódico cualquiera. Era un periódico que llevaba mi nombre en alguna de sus hojas y no como fuente de algún periodista sino como periodista que firma su trabajo. El ego de principiante, de alumno que recién realiza sus primeras prácticas en una redacción reporteril me impulsó a vestirme “de caché” para la ocasión.
Al llegar a la cola, maldito conflicto que se me armó. Había más o menos 100 periódicos  y yo quería llevar al menos cinco para llevarle a cada miembro de mi familia, la cual estaba entusiasmada con el hecho de leer mi primer trabajo. Sin embargo, eso traía consigo que el semanario llegase a cinco casas o manos nuevas para que personas desconocidas leyeran mi primer escrito. ¿Mi familia o personas nuevas?
Entre ese enredo y el tiempo que conllevaba esa difícil decisión no percibí que la cola había pasado y ya compraba el viejito delante de mí, quien para sorpresa mía y ¡vaya sorpresa!, pidió veinte ejemplares. Le pregunté en tono burlón y con una desesperación convertida en rabia que si llevaba periódico para toda la cuadra. El señor, sedado y entre pequeñas risas me susurró que su intención no era promover la noticia ni consumirla, sino usarla como papel higiénico.
Nada podía ser peor. Ya no solo eran veinte casas nuevas o veinte personas que no leerían mi producto sino que además, iban a ensuciar mi nombre y mi trabajo con algo que no eran críticas. Allí, desconsolado, me pregunté si cada vez que escribiese algo me utilizarían para limpiarse. ¿Cuántos grandes reporteros, críticos, intelectuales hacen trabajos no periodísticos, sino higiénicos?
No pude hacer nada porque aunque no lo entendí en ese momento y aunque suene ofensivo, esta es otra de las utilidades de la prensa plana en nuestro país, la de papel para el baño. Ojalá por lo menos antes de utilizarse para limpiar se utilice para informar. Aunque me costó esfuerzo, comprendí a aquel viejito: todos aquellos periódicos, recién salidos del poligráfico, le costaban menos que un rollo de papel sanitario en la tienda y según él, hacían mejor función. Al final, solo compré dos.

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