2017 y el calendario revolucionario (primera parte)


"Ha comenzado 2017. Este año se anuncia con el mayor grado de incertidumbre que jamás haya conocido el siglo que transcurre".

El Dr.C. Rafael Plá León, profesor del Departamento de Filosofía de la UCLV comparte este análisis sobre el año en curso.


Ha comenzado 2017. Este año se anuncia con el mayor grado de incertidumbre que jamás haya conocido el siglo que transcurre.
El panorama mundial está en suspenso, al tanto de lo que pueda emprender la figura que ha ascendido al cargo de Presidente del “más poderoso imperio de todas las épocas”, como gustaba resaltar Fidel cada vez que se refería a este. Un individuo sin evidente formación política, proveniente del mundo de los negocios y alimentado con la cultura de masas propia del consumo espiritual de un tipo de gente que sus preocupaciones por el dinero y la ganancia “no le dan tiempo” de leer e investigar; al menos esa es la apariencia.
Esa figura emerge en un momento en que las contradicciones de su país con Rusia hacen revivir la época de la “guerra fría” y temer por un desencadenamiento de otra escalada de carrera armamentista o de una guerra en caliente propiamente.
América Latina parece mostrar un panorama también incierto con los evidentes retrocesos en los procesos de tibia revolución socialdemócrata que vivió desde los albores del siglo. Venezuela acorralada; Ecuador y Bolivia con amenaza en su continuidad de liderazgo; Brasil traicionado por trampas leguleyas; Argentina engañada por el clásico sofista; Colombia enrolada en un proceso de paz con poca seguridad para las fuerzas populares.
La derecha de vuelta por sus andadas, como si el modelo neoliberal no se hubiese agotado. La izquierda, dividida por vocación, que no quiere sacar las debidas conclusiones históricas para ayudar a la radicalización revolucionaria.
Para Cuba la incertidumbre no puede ser menor. El año recién despedido cerró con un déficit de crecimiento y, aunque es bien cierto que se pudo impedir otra vuelta del “período especial”, con sus característicos apagones, todo el mundo medianamente informado sabe que para lograr la anunciada prosperidad, se necesita crecer anualmente en un porciento que hoy no se vislumbra posible.
Las relaciones con el vecino poderoso, las que todos ansiamos ver definitivamente normalizadas, penden del hilo de la venia del señor Presidente de aquel país; unos esperanzados en que se imponga su lado de comerciante y, por tanto, elimine el “cascarón” del bloqueo que impide la libertad de comercio e inversiones; otros, menos optimistas, viendo que entre sus asesores nomina a recalcitrantes personeros de lo más reaccionario de las posiciones anticubanas o se toma la libertad de expresarse irrespetuosamente en momentos de duelo para el pueblo cubano por la pérdida de su líder.
Por otro lado, la burocracia del patio, con sus pecados confesados, no da muestras de “cambiar lo que debe ser cambiado” y nos acercamos al momento del relevo sin que parezca entender en qué consiste la democracia revolucionaria, con el peligro de que a la hora decisiva se instaure la trillada democracia representativa, de la que ya nuestra historia guarda un triste recuerdo.
Y en ese panorama de incertidumbres, teniendo por cierto solo la decisión de luchar como en los momentos críticos, se abre ante nosotros la perspectiva de importantes celebraciones revolucionarias. Si para algo sirve celebrar es para actualizar los ideales, para replantearnos las tareas históricas, para hacernos de una idea de futuro enraizada en la historia de lo que nos ha hecho llegar al presente.
El año 2017 retumba, ante todo, como el año del Centenario de la Revolución de Octubre (que fue en noviembre). Tiembla la burguesía internacional con la sola mención del nombre del mes en que, por el viejo calendario gregoriano que hace cien años se usaba en Rusia, uno de los países más pobres del mundo civilizado se sacudió sus cadenas.
No es que antes de este suceso todo le hubiese ido más fácil a la burguesía, pero definitivamente luego de la Revolución de Octubre en la Rusia de los zares apareció para el mundo real un referente práctico de cómo podían ser las cosas de otro modo.
Es una época la nuestra muy distinta a aquello que soñó crear la Revolución de Octubre para el despliegue de las fuerzas creadoras del hombre en toda su extensión. Es esta una época de violencia y de tensiones permanentes, de guerras sucesivas y al unísono, de alianzas y componendas políticas para frustrar las luchas de los inconformes.
Nada de eso estaba en los planes de la vanguardia revolucionaria que se lanzó en 1917, según expresión muy acertada, a “tomar el cielo por asalto”. La Revolución de Octubre en Rusia abrió una época que se consideró de tránsito entre el capitalismo y el comunismo (o el socialismo, según se atemperara la expresión a las condiciones). Sin embargo, aquella incursión contra el capitalismo en su desarrollo, cual boomerang, trajo de nuevo a los pueblos del mundo que la emprendieron, el capitalismo brutal.
No obstante, la obra de la Revolución de Octubre dejó su huella en el mundo. Es factor clave para entender el despegue de un país tan atrasado como Rusia, que pasó a ser una de las dos superpotencias mundiales; se entiende también por ella el adecentamiento social relativo del propio sistema capitalista en sus centros desarrollados de Europa y Estados Unidos de América, tras el influjo de un poderosísimo movimiento obrero; se entiende el despertar de los pueblos del Tercer Mundo, avasallados antes por sus metrópolis; se comprende por ella, en fin, el mantenimiento relativo de la paz mundial por décadas amenazada por la codicia capitalista.
Nada fue igual en el mundo luego del triunfo de la revolución rusa de 1917.

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