A la luz de la música

Sin miedo al Horizonte comparte otra crónica sobre el Concierto de Buena Fe y Frank Delgado en el Festival Longina.


Dayana Darias Valdés - Sábado 6:30am. - Mis soñolientos ojos se niegan a amanecer. La niña que soy se revolotea entre las sábanas, quiere seguir durmiendo. Pero yo no. Yo debo levantarme, lo prometí, me lo prometí a mí misma. Veinte minutos. Estoy lista. 
Agarro el maletín, coloco los audífonos en mis oídos y me dirijo a la parada. Falta poco. Puedo percibir el ronroneante sonido del motor de la guagua escapando de mí. El día empieza mal. Y la niña sigue bostezando.
Al fin, una máquina. La niña me vuelve a cerrar los ojos y de pronto una mano ajena da un doble clic sobre mi hombro. Santa Clara me estaba esperando inquieta, parecía que quería regañarme.
11:30am. Todavía hay frío. No estuve antes un sábado en la universidad. Voy hasta el cuarto. El maletín encuentra reposo. Entonces enciendo la computadora y dejo que el reloj se robe las canciones.
Al celular también le da por cantar. Es Pedro. Dice que es hora de salir. La niña corre a vestirse, pero yo no estoy cómoda y me cambio de ropa. Los colores se quedaron en el maletín. 8:45pm.
Motoneta hasta el parque Vidal, luego los tenis se encargaron del trayecto. Si hay algo que me gusta de caminar es la compañía, esos momentos de desesperación ante la llegada, los amigos los utilizan para edificar las más entretenidas conversaciones.
Y así, hasta que nos sorprendió el Che. Longina me estaba esperando a la sobra de la luna. 10:15 pm. Buscamos sitio entre las primeras filas. Allí estaban. Fue una de las sensaciones más bonitas del mundo, una mezcla de nervios, emoción y felicidad que he experimentado pocas veces.
Frank Delgado se acerca al micrófono, mi pulso se aceleró irremediablemente. Yoel acaricia la guitarra mientras que Israel aprovecha para dejar salir a sus musas: Hágase la poesía.
Todo iba bien. Disfruté el más ínfimo sonido. Los Extremistas Nobles supieron envolverme. Era tarde. Hacía tiempo que me había enamorado. Pero hubo un momento, siempre lo hay. Me di la vuelta, la multitud a mi alrededor me emborrachaba sentía cada latido, el Che me miraba y Santa Clara se impregnaba en mi piel. La música se detiene e Israel comienza a hablar. Creo que nunca podré olvidar sus palabras. Comienzo a llorar, es tarde, la plaza se transforma en río y la música regresa para amenizar la Intimidad. Ese fue el instante.
Se acabó. Pasaba la media noche cuando mis amigos y yo intentábamos llegar a nuestros ídolos, era imposible. El reloj procuró escaparse y con él la gente, los fanáticos, lo conseguí.
Abrazo y foto, nada podría mejorar el momento. El periodismo me llama, hago las preguntas y mis dedos descontrolados comienzan a moverse pues ya quieren escribir.
Aprieto los cordones pues los tenis deben volver al trabajo. 4:20am estoy de vuelta y la soledad de mi cuarto no es suficiente para hacer estallar tanta emoción.
Algunos prefieren a Serrat o a Sabina, esos mismos se reirían si les cuento que hice cola para tomarme una foto con un artista. Pero hay un momento donde todo deja de importar, el momento en el que empiezas a sentir, y lo piensas y dices: ¿Cómo puede ser? Es solo música.
La niña ya no tiene sueño, pero yo estoy cansada. La niña quiere bailar y yo tengo que escribir. Longina se va y yo cierro los ojos. La niña sigue bailando, y yo me debo dormir a la luz de la música. 

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