Nuestro colaborador Miguel Ángel García Piñero, desde la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana nos propone una reseña sobre la película cubana El acompañante (2015) del director Pavel Giroud.
A pesar de haber pasado ya varias semanas,
la pasada edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano conserva
aún sus huellas. Es que el público habanero ha tenido la oportunidad de
disfrutar en los últimos meses de muchas de las realizaciones cinematográficas
cubanas que se estrenaron en esta cita.
Así se ha podido corroborar una de las
principales premisas que acompañó, en materia de promoción, todo el Festival de
la cinematografía cubana: la variedad. La inusual heterogeneidad de propuestas
que distinguió a los realizadores de nuestro patio fue un síntoma de lo que puede
lograrse y, ojalá, se convierta próximamente en el motor impulsor del cine
cubano.
Si bien variedad no es sinónimo de calidad
y debemos aprender a trabajar con originalidad para no caer en banales
imitaciones e intentos frustrados, debemos reconocer que con estas propuestas
se oxigenó el diapasón creativo de nuestro cine, el cual se ha visto reducido
considerablemente en las últimas décadas.
De este modo títulos como Espejuelos Oscuros, La obra del siglo, Cuba
Libre, La cosa humana y Bailando con
Margot han mostrado al espectador un amplio espectro de propuestas e
incluso en algunos casos, la viabilidad del cine independiente. En este sentido
resalta la película El acompañante (2015) del director Pavel Giroud.
Esta cinta se deshace de las ataduras que se ha autoimpuesto el cine cubano
contemporáneo. Nuestra más reciente cinematografía se ha caracterizado por
convertirse en mero pretexto para lanzar las más agudas críticas sociales y
políticas, para lo cual se vale de los mismos recursos: el humor superficial,
ácido y desgastante y la revisitación histórica gratuita.
Ese parece ser su principal objetivo y su
centro de atención, la denuncia de los problemas -muchas veces desde el absurdo
de la ficción-, en ello concentra todo su esfuerzo y deja en un segundo plano,
cuando no debiera ser así, las propias historias humanas. Por suerte la lucidez
de Pavel Giroud no se deja arrastrar por este lastre y lo supera con creses en
su última realización, El acompañante.
La película está ambientada en la década
de 1980, cuando en Cuba comenzaban a manifestarse los primeros casos de
personas infectadas con VIH. Estos pacientes eran recluidos obligatoriamente,
bajo régimen militar, en sanatorios. En estos lugares tenían la posibilidad de
salir una vez a la semana, siempre supervisados por un “acompañante”.
Planteado el argumento, el director no se
aleja de los pasos del clásico melodrama que se enriquece por suspicaces dosis
de humor y por la intensidad emocional fruto de los personajes. Siguiendo esta
línea se entreteje un discurso que toma como referente el valor humano, en este
punto radica la superación de la cinta.
El director propone el cine como lenguaje universal
y que mejor manera de hacerlo que a través de la amistad como sólido pilar de
la dignidad humana. Por ello El
acompañante cuenta una historia, que trasciende fronteras y deja en un
segundo plano los matices críticos sobre la situación social del país en la
década de 1980.
Si bien debemos reconocer que la película
plasma de forma explícita la discriminación social y la alternativa de la
emigración, la cuestión está en cómo lo hace. A través de datos contextuales que
van desde la reclusión de las personas infectadas con VIH, la posible salida
ilegal de Daniel de la isla en busca de su libertad, hasta el enfrentamiento
entre un púgil cubano y otro norteamericano, el espectador puede revisitar el pasado
histórico desconocido y polémico.
Esas verdades ocultas, más que constituir
el centro de atención enriquecen la ficción cinematográfica aportándole
veracidad.
Precisamente sobre el valor humano la
película expone sus mayores logros. El destino quiso que las vidas de Horacio
Romero y David confluyeran. Estos dos desconocidos poco a poco van a ir
estableciendo lazos de amistad. En un principio los intereses de ambos
personajes chocan, David ansía pasar sus últimos días de vida en libertad,
Horacio añora volver al ring y representar a Cuba en una olimpiada.
Por estas razones ambos deben pactar y
ayudarse mutuamente para lograr sus objetivos. Así desde la sencillez del
relato, El acompañante nos trasmite
una historia de superación: por una parte, un exboxeador que doblega sus miedos
y prejuicios, por otra, David nos aporta la alegría, la pasión por la vida, la
entereza para afrontar los problemas y la amistad.
Otra virtud de la referida película es la distinción
interpretativa que aporta el elenco de actores secundarios encabezados por
Armando Miguel, a quien se suma un excelente Jazz Vilá con su rol detestable de
villano sin escrúpulos.
A todo ello debemos sumar los
logros escenográficos.
Los interiores, locaciones donde se firmó
en su mayoría el filme, recrean a plenitud el ambiente de un sanatorio austero
y sencillo. Por otra parte, las imágenes aisladas del ambiente exterior de la
residencia, con que inicia la película, trasmiten eficazmente al espectador el
sentido de aislamiento y soledad en que se sumergen los pacientes en su nueva
vida. De igual manera la narración cinematográfica, sin muchas complejidades,
dosifica la información con exactitud para que en el transcurso de la linealidad
de la historia el espectador conozca a través de imágenes documentales datos
boxísticos de la vida de Horacio Romero. Por último, Giroud explota
atinadamente el montaje en paralelo en los minutos finales, con lo cual la
intensidad emotiva que cierra la historia alcanza su momento cumbre.
En fin, El acompañante devela que cuando se trabaja con inteligencia no
importa la historia que se vaya contar o los silencios que se quieran romper,
la cuestión está en cómo se articula un discurso cinematográfico que atrape y
cautive al espectador. La manera de hacerlo la puso en práctica Giroud: la
historia universal. No hay nada nuevo bajo el sol. Ahí radica el éxito de la
película, en contar una historia intimista, sin muchas pretensiones y quizás
con algunos tópicos sin explotar a cabalidad. En este sentido, quizás para las
miradas más reflexivas y exigentes la cinta solo funciona como plataforma de
exhibición de problemáticas como la exclusión social. Aun así, El acompañante rompe el silencio desde
la dignidad humana.
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