Este 20 de enero finaliza en Santa Clara el Festival de teatro "Magdalena sin Fronteras". "Memorias", una de las obras expuestas, abordó el tema del conflicto colombiano.
Karla Pérez González - Era Santa Clara. El
Mejunje. Éramos yo y otras decenas de sapiens emperifollados o en desaliño (no
importaba) esperando la orden marcial de entrada a la obra desde el recién
estrenado patio de Teresita Fernández. La salita Margarita Casallas, aunque a oscuras,
reflejaba el nivel de impaciencia y fascinación de los testigos y la sonrisa
orgullosa de la directora colombiana Patricia Ariza, como madre que pone la
semilla, alumbra la vida y pare la escena.
Escogí sin
elección el suelo como mi butaca. Callé. Miré. Sentí. Recordé. Lloré.
Entonces
divinamente la ansiedad se hizo silencio, y el silencio escuchó lo que tenían
derecho a gritar dos “actorazas” descomunales a nuestro pueblo, y a cada
pedacito del mundo ciego. Desde el mismísimo Teatro La Candelaria vino volando
sin alas Memorias, obra arrebatadora
y herida de las heridas de una Colombia del desplazamiento, del miedo, de la
añoranza.
“Llegan en el
día, llegan en la noche y en la madrugada”. Historia o canción tantas veces
escuchada por las víctimas de la guerrilla en territorio donde murió Bolívar,
que ya suman en actividad más de 50 años.
Entre cantos
de poesía, movimientos, monólogo o dialogo en dúo, estas campesinas le
desabrocharon los botones a la verdad, al realismo trágico. ¡Seis millones de
expulsados de sus casitas y parcelas humildes en este medio siglo! ¡Cuatro
millones alejados de su país! Miles de pérdidas humanas.
“La quieren (la
tierra) para tenerla, la quieren para poseerla” exclamaban ellas y en sus textos
vi dolor, ese dolor de cerca que viven allá en el sur, por las decisiones
tardías y la deshumanización brutal de uniformes militares y también de
uniformes oficiales.
Corren por la
tarima, recogen, empacan, caminan, desempacan. Extrañan sus “animales”, comadres,
compadres, hijos, iglesias, “sancochos”, fiestas, bailes, ríos… extrañan vivir
y morir donde nacieron. Recuerdan a los que fueron al cielo. Miran las fotos.
Sueñan con regresar. Añoran el “atrás”, el “antes”.
La Sala Margarita Casallas del Centro Cultural El Mejunje fue uno de los principales escenarios del Magdalena sin Fronteras |
¿Qué hacer
cuando pasan esas películas de la existencia por delante de nosotros, tan cerca
de nuestros pies? Pues aquel lunes lo que mi cuerpo logró fue llorar
desconsolada y rabiosa primero, ya después vendría la reflexión constructiva y
colosal, esa que no perdona jamás las imposiciones y fanfarrias de un caballero
de hierro o de un ejército insensato, que en vez de proteger coacciona, que
antes de consultar obliga. Porque ese país que las desconoce, es también su
país.
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