Una victoria del espíritu humano

En su primera gira por Cuba, el grupo de rap Microphone Mafia se presentó ayer en Santa Clara. Esther Bejarano, cantante franco- alemana sobreviviente del Holocausto, sorprendió al público por su vitalidad. Sin miedo al horizonte presenta esta crónica de Elianet Carrazana Moreno.

Esther Bejarano camina lento, detrás, cada espectador se esmera en vigilar sus pequeñas zancadas. ¿Será que no puede despedirse de un público atento o que sus 92 años, a pesar de ser una mujer fuerte, le menguaron el paso? Una hora y un poco antes, Esther y “su pequeña familia alocada” retaron a la llovizna y al fresco de estos eneros, como lo hicimos todos aquellos que asistimos a entonar esos himnos de resistencia y esa evocación a la paz mundial.
Por momentos Esther se levanta, cuando llega su turno, y es en esos instantes en los que una inmensurable inquietud me atormenta. Siento orgullo, demasiado, por esa mujer que no se agota, pero a la vez ¿estará cansada, enferma, o es que aún no he superado mi fuerte sobreprotección por los de la tercera edad? Lo cierto es que tose demasiado, ella lo advirtió…
No puedo negar que uno de los motivos por el que estar allí esa noche fue conocer a una sobreviviente de las barbaries de la Alemania nazi y de sus malditos campos de concentración, aunque, sinceramente, confieso no ser muy avezada en temas de guerra, pero sí completamente entregada a lecciones de vida. Y en esa ocasión, Esther y el resto de Microphone Mafia nos dijeron: “Nosotros viviremos a pesar de todo, vamos a vivir y a sobrevivir tiempos malos, estamos aquí”. Y puedo arriesgarme a confesar que todos los presentes sentimos un hálito de confianza, de energía, de temor.
Ahora está sentada, mira sin pausa al suelo, o a ninguna parte, no lo sé. Quieta, hasta que la busquen por el brazo y vuelva otra vez con su cuaderno de apuntes y sus letras. Creo que piensa en la historia de esa canción que suena, o en lo que le hizo llegar a la música o en lo acatarrada que está. Sea como sea, mi vista esquiva cuerpos, se escurre entre cabezas expectantes para llegar hasta ella y no perderme ni un segundo sus pequeñísimos movimientos.
Canciones en cualquier idioma menos el español complejizan arduamente mi objetivo. La mayoría se encuentra en el mismo estado que yo, exceptuando a una señora que en un rincón parece sabérselas todas, baila sin mesura tanto con letras  alemanas o de origen yidish  o con cualquier otro dialecto europeo. A pesar de ello, la pequeña sala de teatro donde estábamos parecía un lugar de resistencia judía, de solidaridad con los partisanos, de pujanza ante las injusticias; pero de amor, de confianza.
Esther y sus nietos, unidos por lazos de afecto, se preparan para comenzar su segunda presentación en Cuba, de la primera vez que vienen. Llega de última, como para no hacerla esperar, de repente percibo su dolor, sus ojos tristes, su fuerza infinita. Es de noche y hace frío; pero, Esther, te prometo días soleados, te otorgo el amor de una familia, te animo a pasear por campos verdes y floreados, donde se conjugan la lluvia y la luz, te regalo infinitamente la libertad y la verdad, que como dices tú son las bases de la vida.

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