No le temo a la muerte

Tomás David Olivera es un enfermero que cumplió misión internacionalista en Africa. Su experiencia en Sierra Leona fue peligrosa por luchar contra el ébola, pero afirma: "Iría otra vez porque no le temo a la muerte".


Lisandra Borges Pérez - Tomás David Olivera Cruz es uno de los enfermeros que goza de mayor  prestigio en San Diego del Valle. Su entrega y dedicación lo han convertido en lo que constituye hoy: un paradigma para la joven generación. Describirlo, antes me resultaba muy difícil, ahora que lo conozco puedo decir que es una persona humilde, servicial y alegre. Nuestro encuentro tal vez no fue como lo esperaba, pues David me recibió en plena faena, sin embargo, creo que no existe mejor escenario para conocer la grandeza de este ser humano.
Desde muy joven se interesó por la Enfermería, sueño que lo llevó a estudiar en el Politécnico de la Salud Julio Trigo en Santa Clara donde hizo el técnico medio 2 años y posteriormente, la licenciatura por dirigido 5 años. Cuando se graduó comenzó a trabajar en el Hospital Celestino Hernández, en la especialidad de cirugía aproximadamente un año y medio. Después, se trasladó para su pueblo natal ejerciendo su profesión en el policlínico Ana Betancourt y en una escuela especial que existía en esos momentos. Actualmente, reside en el cuerpo de guardia del policlínico, donde comparte 32 años de experiencia. Además, el fundador del Contingente Internacional Henry Reeve ha colaborado con muchas naciones del mundo.

¿En cuántas misiones internacionalistas ha participado?
He participado en 5 misiones internacionalistas difíciles. Primero estuve en Pakistán cuando el terremoto, después en las inundaciones de Bolivia, seguidamente en el terremoto de Haití y volví a ese territorio durante la epidemia del cólera y por último en Sierra Leona combatiendo el ébola durante 6 meses, donde tuve el privilegio de ser uno de los 13 villaclareños que colaboró con esa hermana nación.

¿Cuál fue la misión más difícil? ¿Por qué?
La misión más difícil fue la del ébola porque me enfrenté a una enfermedad desconocida y muy contagiosa ya que por el contacto nos podíamos infestar, pero los enfermeros cubanos pusimos bien en alto nuestra profesión.

¿Dónde recibieron la preparación?
La preparación la recibimos en La Habana específicamente en el IPK (Instituto Pedro Kourí), allí nos explicaron que teníamos que cumplir con un protocolo y regirnos por él para la desinfección del traje e hicieron énfasis en que no podía quedar ninguna parte del cuerpo expuesta al medio.

¿Qué pasó cuando llegaron a Sierra Leona?
Al principio trabajé con una Organización No Gubernamental (ONG) Save the children, por la cual fuimos preparados en un hospital de campaña. Los primeros días entrábamos con médicos españoles, británicos y estadounidenses hasta que los cubanos dijimos que nosotros sabíamos que esa enfermedad era muy riesgosa, pero nosotros estábamos allí para salvar vidas y no para ver a personas muriendo alejadas de su familia; la única familia que tenían, éramos nosotros.

Y al llegar a la sala de los infestados…
La primera vez que entramos todos teníamos mucho miedo porque vimos a personas desangrándose por la encía y por donde quiera. Además, se nos prohibía hacerles algunos abordajes y fue en ese momento cuando dijimos: “Hay que canalizar venas y buscar la forma de hacer vivir a esas personas” y después que se dijo eso, alimentábamos a los pacientes, los tocábamos, le dábamos agua y les hacíamos los análisis necesarios. El que estaba muy grave moría al lado de nosotros, pero lo hacía con asistencia médica.

¿Cómo eran las jornadas laborales?
Existían diferentes turnos de trabajo: de8:00 am a 2:00 pm, de 2:00 pm a 8:00 pm, 8:00 pm a 2:00 am y de 2:00 am a 8:00 am, los cuales eran rotativos. Nosotros entrábamos a la sala 6 horas diarias. Nos dividimos en cuatro grupos, cada grupo estaba 2 horas  en la habitación, siempre que no hubiera algún inconveniente como: el colapso de un tapaboca, la sudoración de la máscara o que nos sintiéramos fatigados. Recuerdo que había un departamento de información donde estaba la programación del día, encontrábamos los nombres de los pacientes y conocíamos el estado de salud de estos.
Mi sala era la5. Entraba cada 2 horas, salía y me descontaminaba; siempre lo hacíamos en dúo porque no podíamos dejar al compañero solo, era nuestra responsabilidad si le ocurría algo, así estaba establecido. De esa manera, lo hacíamos siempre hasta cumplir las 6 horas. Después nos llevaban para el hotel y cuando llegábamos nos preguntábamos ¿me contaminé o no me contaminé?

¿Qué anécdotas marcaron su estancia allí?
Esta misión tiene muchas anécdotas que me dejaron profundas secuelas. Cuando llegué a Cuba empecé a hacer fasiculaciones faciales y tuve que verme con un neurólogo debido al estrés porque el virus tiene un período de incubación de 12 días.
Una cosa que me impactó mucho fue cuando entré a mi sala, la cual tenía 2 cuneros y 10 camas y vi a un bebé lactando de su mamá que estaba muerta, entonces agarré al bebé lo limpié con paños húmedos y lo separé de su madre porque cuando la persona muere es más grande el nivel de contaminación.

Conocí a Félix…
Yo estaba en el mismo hospital donde se contaminó Félix Báez Sarría, con quien compartí en la misión de Pakistán. Cuando él se enfermó yo estaba en el turno de 2:00 am a 8:00 am. Se lo llevaron a un hospital británico que se encontraba cerca del nuestro para auxiliar a los médicos cubanos en caso de enfermarse. Pero, yo sabía en qué casa de campaña estaba ingresado y cuando lo llamé le dije: “Tú vas a salir de esta, tú eres un hombre” y él nos dijo: “Sí yo lo sé, gracias”. Siempre nos informaron de su situación, incluso cuando estaba en Ginebra.

Después de lo de Félix seguramente extremaron los cuidados…
Cuando tomamos conciencia de que había que garantizar la vida de esas personas y que no se nos podían seguir muriendo, comenzamos a tener mayor contacto con los pacientes y poco a poco fuimos perdiendo la percepción del miedo. Recuerdo que hubo un momento en el cual estábamos tan confiados que nos arrodillábamos en el suelo y levantábamos a los enfermos. Al enterarse de eso, la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos mandó una sicóloga norteamericana para volvernos a meter miedo porque nos habíamos adaptado a aquello como si fuera algo normal.

Otra anécdota…
Entré dos veces a la sala con un compañero de La Habana llamado José. La primera vez que entramos a José se le rompió el traje al alzar la baranda de la cuna y cuando me dijo lo que le había pasado, me morí y tuvimos que salir de la sala rápidamente. La segunda vez ocurrió otro incidente, cuando fue a canalizar una vena se le rajó el traje con una puntilla y le dije: “Yo contigo no entro más”.
Después, entré con otro compañero de La Habana: Luis López Chirino y con el viví un suceso muy interesante, cuando el tapaboca que nos dieron se me colapsó y le dije a Chirino que debíamos salir. Llegamos a la zona de descontaminación y Chirino se pone a descontaminarse primero. Me puse a aplaudir para llamar la atención y para que se apuraran, pero la descontaminación tenía que cumplir con un protocolo. Me faltaba el aire y me estaba ahogando; ya mi compañero se había descontaminado y yo seguía en la palangana. Posteriormente, pasé al área de descontaminación y lo antepenúltimo que nos quitábamos era el tapaboca, me fui quitando paso a paso cada cosa hasta que se me fue el mundo y Chirino que me observaba gritó “TOMÁS”, en ese momento reaccioné pensando en mis hijos y en mi nieta; seguí hasta que por fin, me quité el tapaboca y regresé a la vida.

¿Qué características le permiten diferenciar a cada misión?
Aunque todas mis misiones han sido muy difíciles porque cuando no ha sido un terremoto o una inundación, han sido epidemias como el cólera y el ébola. Cuando fui a Pakistán por el terremoto, me ubicaron en Taco y allí establecimos nuestro hospital de campaña en condiciones climáticas complejas porque caía la nieve y teníamos que tumbarla, sin embargo, recibíamos pacientes con problemas ortopédicos y había que hacer amputaciones, partos y hasta cirugías. En cambio, en Bolivia fue un poco mejor las cosas, íbamos por todo el río Chapare a todas las comunidades indígenas en el Beni llevándole medicamentos y sobre todo, para brindarles asistencia médica. En Haití debido al terremoto la situación resultó un poco traumatizante ya que al llegar a esta isla del Caribe vimos cadáveres en las calles bajo los escombros. Recuerdo ver a un perro comiéndose a una persona y al pasar  por una escuela observé a niños muertos picados por la mitad, fue muy deprimente. Tiempo después regresé nuevamente a Haití a combatir el cólera; muchos haitianos decían que los cubanos éramos dioses. Tuve que ir hacia las montañas, a un lugar llamado Tomassó. Los enfermos se refugiaban en las iglesias. Un día llegamos a una donde existían muchos pacientes con el cólera, rápidamente les inyectamos el rinller y enseguida estaban de pie. Y por último, la misión del ébola en Sierra Leona que me marcó grandemente por ser la más peligrosa.

¿Cómo se ha sentido ejerciendo su profesión en otras partes del mundo?
Me he sentido muy bien porque lo que he aprendido de mi profesión, lo he podido demostrar en esos lugares. Además, he ayudado a personas pobres que carecen de servicios médicos gratuitos.

¿Qué emociones experimenta cuando salva una vida?
Eso es lo más lindo que he experimentado porque cuando veo a una persona muriendo y después la salvo siento una satisfacción indescriptible al verla sana.

¿Qué lo motivó a dar el paso al frente cuando le propusieron la misión en Sierra Leona?
Mi profesión, porque me gusta brindarle mi ayuda a todo el que lo necesita.

Cuando le avisaron de la misión del ébola ¿cuál fue su reacción?
Yo dije: “Sí, no hay problemas yo me voy”. En ese instante no pensé en mis hijos, ni en mi nieta. Cuando llegué a la casa mi hijo me dijo: “Papá tú estás loco, nosotros perdimos a nuestra mamá y ahora te vamos a perder a ti también”. Yo le respondí: “No importa si el destino es que me voy a morir que voy hacer, habrá alguien que se encargue de ustedes”.
Nunca sentí miedo, a nosotros siempre nos hablaron claro y quien vio el video que nos pusieron en la IPK observaron lo peligrosa que era la enfermedad, algunos decidieron no ir y no regresaron más. A pesar de todo lo que he visto no me arrepiento de haber escogido mi profesión porque con ella me he sentido muy útil no solo en Cuba sino en el mundo.

Si le expusieran nuevamente la idea de cumplir una misión internacionalista con la magnitud del ébola ¿la aceptaría?
Sí, me iría porque no le temo a la muerte y ni a hacer las cosas como se deben.


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