Aunque ya es un hecho que el Barcelona no es el zar del fútbol europeo hace unos cuántos año, no basta de sorprender cada uno de sus escasos fracasos.
Carlos Miguel Rodríguez Ramos * - Aunque
ya es un hecho que el Barcelona no es el zar del futbol europeo hace unos
cuantos años, no basta de sorprender cada uno de sus escasos fracasos.
Transitar
de su fútbol exquisito (era Xavi, donde besaron todas las vidrieras del éxtasis
profesional, ganando cualquier cantidad de títulos, desbarajando rivales y
condenándolos a auténticas vergüenzas, Real Madrid incluido), hacia su fútbol
cachumbambé (era Neymar-Luis Suárez), consiste en un tutorial sobre cómo un
equipo ayer pudo ser Dios, y hoy puede degenerarse en no más que un
profeta atormentado y, cuando la suerte está condenadamente empecinada en
trajinarte, tímido receptor de palizas.
A
veces creo que es suerte, otras tantas falta de fútbol mediocampista. No sería
el primero que dijera esto último, porque ríos de tinta han corrido en los
diarios deportivos del planeta explicando cuáles son los puntos flacos del
Barcelona de esta última mitad de la segunda década del XX.
Pero
no es vano ni superficial también comentar un poco de la suerte, esa belicosa
suerte que muchas veces puede decidir marcadores en cualquier deporte.
Sí,
hablemos un poco de suerte. Porque con una plantilla del tamaño de la del
Barca, que un día elimina al fortín del Atlético de Madrid de Copa del Rey, y
al otro les colocan el chupete en los labios, los arrullan y luego los duermen
como angelitos en brazos de mamá, si no es falta de suerte no deben existir
muchas más respuestas en el casillero. ¿Por qué hablo tan insistentemente de la
suerte? Veamos.
Que
el mejor jugador de la historia no ponga una, que Neymar siendo el ultrajugador
que es siga teniendo menos puntería de cara al arco que yo vestido de profesional,
que Suárez no haga de las suyas y no le coloquen un balón en los pies con el
cuál pueda hacer las definiciones al estilo consola de videojuegos que
normalmente hace, y que el mediocampo, tomando en cuenta que no es un
mediocampo espectacular, no haya estado ni más o menos, nivel con el cual le
basta para hacer que el Barca beba nafta y coloque la fe de su juego en el rezo
de los tres de adelante, constituye un asunto que tiene que ver, desdichada,
contradictoria e inentendiblemente, con la poca suerte.
Traduciendo,
el PSG tuvo suerte de que el Barca, el 14 de febrero de 2017, estuviera
filmando Lost o imaginando la noche
que tendrían con sus parejas, todo menos la desnudez del exquisito fútbol que
el mundo intentaba fisgonear.
Del
otro lado de la orilla, los infalibles. Los que "qué se yo" qué tienen, que todo
lo ganan sin hacer el mejor de los partidos. Y conste que no hablo del último
acto de Champions, sino de la impresión general desde hace meses. Porque no son
brillantes en la táctica, ni románticos esmerados en el pase, ni mágicos
hacedores de paredes, ni cuentan ya con uno de los mejores jugadores de la
historia, otrora diabólico serpentín por la banda izquierda.
Empiezan
su partido, pierden balones, les ataca el rival y estos fallan exquisitas ocasiones
de gol. Entonces ahí viene un argumento de inválidos, el juego por las bandas,
pelotazos, (aunque sepa reconocer la efectividad de estas estrategias no puedo
dejar de ser un romántico a la antigua del fútbol: juego por el centro del
campo, pase filtrado y definición precisa con el pie, un ABC de este deporte)
Marcelo o Kross tirando centros, una corrida antalógica de Carvajal, Ronaldo
tomando su única del partido y embocándala, un rebote seguido de un pateo de
chistera y a guardar, o si no uno al noventa y ramos.
Cuando
vienes a ver, volteas a la pantalla del estadio y ya tienes tres cubos de
concreto encima, y de alguna manera no has fumado de ningún tipo de fútbol que
no te haga conciliar el sueño esa noche.
Así
es el Real Madrid, que aunque haya descrito su curioso guion de partido en
estas líneas, no confundamos y no pretendamos trastocar los protagonistas de la
aventura en que convierten cada partido de fútbol los de la capital española.
No
son ases de la táctica, pero en su banquillo se sienta un símbolo de la
historia del fútbol, que si lo desea puede no hablar durante todo el juego,
pero igual los suyos rendirán al máximo porque simplemente Harry Potter es el
mejor mago de la historia y su sola presencia inspira a ser un bizarro de tacos
y chamarreta.
No
profundizan por el centro, sin embargo cuentan con el mejor mediocampista del
mundo, Luka. Las corridas del lateral derecho que les comentaba, las pone en
play uno de los mejores en esa posición en el mundo. Los centros de los que
disparataba, los colocan en órbita uno matriculado en la clase brasileña de
jogo bonito, y otro elegante lector de juego, una perla en su posición entre
los practicantes asalariados de este deporte.
Sus
dos centrales, vertiginosos y testarudos. Su contención, un Carterpillar. Y adelante,
otro que te marca un gol a la hora que desees, del formato que más te guste y
con cualquiera de las partes del cuerpo que están autorizadas emplear en este
deporte.
Ese
es el mejor team, el infalible. Al que desde hace tres años le llegó su
momento, mientras aguardan una nueva revolución de los hoy ultrajados vecinos.
* Periodista de Centro Visión Yayabo, graduado de Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas
* Periodista de Centro Visión Yayabo, graduado de Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas
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