Por: Javiel Fernández Pérez
I
Chero
fue un hombre de pocos; poca familia, pocos amigos, pocas palabras. Poca gente
en el barrio cruzaba alguna frase con él, entre esa gente yo, que siempre
paraba frente a su casa y le respondía la misma pregunta: ¿Lo tuyo es en La
Habana o en Santa Clara? Y así mil veces; pero paraba y respondía, sin
molestias ni apuros.
Chero
fue un hombre de pocos hasta el último minuto; conmigo fuimos diez las personas
en su funeral. Allí la conversación más animada la sostenían tres viejos
combatientes.
Yo
sabía que Chero era combatiente, lo decía un sello gastado sobre sus camisas
siempre verdes y su gorra militar; una vez me pidió una y cuando terminé el
Servicio Militar la puse sobre su pelo, aquel día fue feliz, se sintió
atendido.
II
Por
los tres combatientes y sus palabras en ráfaga como tiros de combate supe que
Chero fue fundador del Segundo Frente Nacional del Escambray, y que cuando el
Che llegó a Las Villas se incorporó a su tropa. Supe que su nombre está en los
libros.
Y
tuve que esperar a que muriera para enterarme de eso, y para enterarme en la
pizarra de la funeraria que Chero se llamaba Rolando. Nunca me lo dijeron mis
padres, nunca me lo dijeron en la escuela. Todo lo que sabía del Escambray me
lo habían contado, a veces libros mediantes, a veces no. Y Chero, el del
barrio, era de la gente del Che. Y me entré tarde.
III
Entre
los combatientes está Vicente, él es uno de los más conocidos en el pueblo, de
los más bravos. Vicente dice que antes venían más personas a cumplir. Y se
queja de la poca gente. Y le digo que no hace falta más, con los que estamos
vasta. Me cuenta algunas historias de su juventud en la clandestinidad. ÉL
lloró mucho a Chero, dice que era su amigo desde mucho antes que empezara la lucha
y que después la Revolución los unió por siempre. Él fue quien salió corriendo
del hospital y le dijo a la trabajadora de la funeraria: “El que te van a traer
para aquí es combatiente del Ejército Rebelde, te llamen o no, es combatiente
del Ejército Rebelde coño”. Y no llamaron. Pero a Chero lo cubrió la bandera
cubana y lo acompañaron sus medallas y su sellito de combatiente, que encontré
en el cuello de una camisa dentro de su casa.
IV
La
casa de Chero está regada, sucia. Desde las paredes las fotos de Fidel y el Che
son lo más limpio. Hay dos gatas que quedaron al descuido, esa era su única
compañía. Hay fechas de cumpleaños anotadas por todas partes; aunque pocos
sabían el día del cumpleaños de Chero y su edad, al parecer él sí se acordaba
del cumpleaños de todos.
Y
lloré, porque en una maleta vieja estaba mi primera publicación impresa en el
periódico Escambray y adjunto un papelito que decía: “Javielito cumple años el
1 de mayo”.
V
Hace
meses que Chero no se veía bien de salud, estaba medio sordo y medio ciego,
flaco. Cuando la muerte de Fidel estuvo siete días encerrado en su casa en
ayuno permanente y perdió mucho peso. Ya no caminaba con la misma guapería y
pasión con que enfrentaba todo a inicios de la Revolución.
Chero
le disparó a un hombre en los 60 por intentar robarse unos cangres de yuca
durante su guardia en una granja agropecuaria, eso del robo nunca cupo en su
cabeza, así fue durante sus 80 años.
VI
Los
pocos que hay en la funeraria se preguntan qué tengo que ver yo con Chero. La
verdad no tengo que ver en nada y tengo que ver en todo, más que con un vecino
sin familia, más que con un viejo solo, todos tenemos que ver con un viejo
combatiente.
Yo
también pongo mis palabras en combate, para otra vez no enterarme a última
hora, que a los Rolando, les dicen Chero.
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