Raymond Chandler |
Sin embargo, la aparición de Dashiell Hammett con sus delincuentes tahures que se vuelven detectives sobre la marcha, le pareció sumamente interesante. Era el comienzo de un nuevo subgénero literario: la novela negra.
La novela negra surge en Estados Unidos en la primera mitad
del siglo XX, época convulsa, caracterizada por la Gran Depresión, la ley seca,
el surgimiento del crimen organizado y del gansterismo.
¿El ambiente? Una atmósfera tensa, llena de delincuentes
que no valoran la moral. La mayoría de los crímenes tienen un trasfondo de
mafia, de policías corruptos, condicionados por la avaricia de una sociedad
enferma por el dinero.
Leonardo Padura, Amir Valle, Lorenzo Lunar y Marcial Gala,
novelistas cubanos, emplean dicho subgénero en sus obras. Aunque, por supuesto,
ellos lo adaptan al ambiente insular contemporáneo.
El enigmático Philip Marlowe, protagonista de muchas de las obras de Chandler, cautiva por su sinceridad a la hora de emitir un juicio. Cuando terminé de leer El largo adiós, hace par de años, lo caractericé de la siguiente manera:
No parece el tipo de
persona que se deja doblegar por la conciencia. A la vez, actúa con los valores
necesarios para no ser un maquiavélico empedernido. No tiene muy buena
reputación como Hercules Poirot, ni es tan inteligente como Sherlock Holmes.
Tampoco es tan correcto como el primero ni tan extravagante como el segundo. Es
real, sencillamente.
Ha tenido que acorazar
su alma para enfrentarse al American Way of Live. Busca la verdad y solo
comunica lo necesario. Se equivoca y lo reconoce. Es pobre, porque así lo
decide. Real y objetivamente, Marlowe no tiene nada salvo su personalidad, la
cual abarca todo el espacio del lugar que ocupa.
Resulta muy divertido observar el mundo a través de sus
palabras. Utiliza toda clase de trucos para obtener las declaraciones de los
testigos. Se aparece en los hogares con una, ilegal en aquel momento, bebida
alcohólica y extrae declaraciones que ni la policía puede obtener, la misma
policía que, muchas veces, tiene que pedirle ayuda en los casos.
En primera persona, este detective comparte con el lector
su vida, sus temores, sus amores, sus ideas y sus reflexiones:
La mayoría de las
personas atraviesan la vida gastando la mitad de su energía en tratar de
proteger una dignidad que nunca han poseído.
Aparte de la ironía y del sentido del humor un tanto seco
y crudo, este personaje describe las escenas con particulares comparaciones:
Tenía la cara tan
machacada que parecía que hubiese sido golpeado con todo lo imaginable. Estaba
llena de cicatrices, costurones y verdugones. Aplastada y ensanchada. Era una
cara que no tenía nada que temer. En ella se había experimentado todo.
El
largo adiós, además de la trama policial, resulta una crítica a la época donde
se desarrollan los sucesos. La corrupción que impera y la manipulación que
ejercen los medios sobre la opinión pública, principalmente para encubrir a las
personas de mayor poder adquisitivo, quedan al descubierto gracias a la
narrativa de Raymond Chandler.
Cada
hombre es un Eugene de Grandet en potencia. Cada sociedad, en potencia, es está
que se describe en El largo adiós
Su constante griterío sobre la
libertad de prensa significa, salvo algunas pocas excepciones honorables, la
libertad para vender el escándalo, el crimen, el sexo, el sensacionalismo, el
odio, la murmuración y la utilización de propaganda política y financiera.
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