El no tan sencillo arte de matar


Raymond Chandler
Miguel Ángel Castiñeira García - Raymond Chandler consideraba a la novela policial como un género muy fácil de hacer, que se sustentaba con la trama sin necesidad de añadirles a los personajes profundidad psicológica de ningún tipo, ni enmarcar los problemas sociales de la época a través de sus pasajes. En fin, no la consideraba literatura.
Sin embargo, la aparición de Dashiell Hammett con sus delincuentes tahures que se vuelven detectives sobre la marcha, le pareció sumamente interesante. Era el comienzo de un nuevo subgénero literario: la novela negra.
La novela negra surge en Estados Unidos en la primera mitad del siglo XX, época convulsa, caracterizada por la Gran Depresión, la ley seca, el surgimiento del crimen organizado y del gansterismo.
¿El ambiente? Una atmósfera tensa, llena de delincuentes que no valoran la moral. La mayoría de los crímenes tienen un trasfondo de mafia, de policías corruptos, condicionados por la avaricia de una sociedad enferma por el dinero.
Leonardo Padura, Amir Valle, Lorenzo Lunar y Marcial Gala, novelistas cubanos, emplean dicho subgénero en sus obras. Aunque, por supuesto, ellos lo adaptan al ambiente insular contemporáneo.
Muy inspirado por Hammett, el también norteamericano Raymon Chandler decide seguir una línea similar. Sus textos principales son: El largo adiós y El sueño eterno.

El enigmático Philip Marlowe, protagonista de muchas de las obras de Chandler, cautiva por su sinceridad a la hora de emitir un juicio. Cuando terminé de leer El largo adiós, hace par de años, lo caractericé de la siguiente manera:
No parece el tipo de persona que se deja doblegar por la conciencia. A la vez, actúa con los valores necesarios para no ser un maquiavélico empedernido. No tiene muy buena reputación como Hercules Poirot, ni es tan inteligente como Sherlock Holmes. Tampoco es tan correcto como el primero ni tan extravagante como el segundo. Es real, sencillamente.
Ha tenido que acorazar su alma para enfrentarse al American Way of Live. Busca la verdad y solo comunica lo necesario. Se equivoca y lo reconoce. Es pobre, porque así lo decide. Real y objetivamente, Marlowe no tiene nada salvo su personalidad, la cual abarca todo el espacio del lugar que ocupa.
Resulta muy divertido observar el mundo a través de sus palabras. Utiliza toda clase de trucos para obtener las declaraciones de los testigos. Se aparece en los hogares con una, ilegal en aquel momento, bebida alcohólica y extrae declaraciones que ni la policía puede obtener, la misma policía que, muchas veces, tiene que pedirle ayuda en los casos.
En primera persona, este detective comparte con el lector su vida, sus temores, sus amores, sus ideas y sus reflexiones:
La mayoría de las personas atraviesan la vida gastando la mitad de su energía en tratar de proteger una dignidad que nunca han poseído.
Aparte de la ironía y del sentido del humor un tanto seco y crudo, este personaje describe las escenas con particulares comparaciones:
Tenía la cara tan machacada que parecía que hubiese sido golpeado con todo lo imaginable. Estaba llena de cicatrices, costurones y verdugones. Aplastada y ensanchada. Era una cara que no tenía nada que temer. En ella se había experimentado todo.
El largo adiós, además de la trama policial, resulta una crítica a la época donde se desarrollan los sucesos. La corrupción que impera y la manipulación que ejercen los medios sobre la opinión pública, principalmente para encubrir a las personas de mayor poder adquisitivo, quedan al descubierto gracias a la narrativa de Raymond Chandler.
Cada hombre es un Eugene de Grandet en potencia. Cada sociedad, en potencia, es está que se describe en El largo adiós
Su constante griterío sobre la libertad de prensa significa, salvo algunas pocas excepciones honorables, la libertad para vender el escándalo, el crimen, el sexo, el sensacionalismo, el odio, la murmuración y la utilización de propaganda política y financiera.

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