Chavely Pérez Espinosa * - Disfrutar de su
pícara mirada, escuchar sus trabalenguas o estallar como un volcán con sus
maldades, planificadas muchas veces, o impredecibles en otras, creo es la causa
fundamental de estas letras. Porque nosotros, los padres, no importan los años,
siempre vivimos en desconfianza e inseguridad por lo que amamos con locura en
la vida: los hijos.
Más que la belleza de
Manchester, más que el disfrute del mar, más que la inesperada actuación de
Casey Affleck, disfruté del sabor amargo de la tristeza, que aunque ajena, me
tocó el corazón, sin ningún tipo de cursilería y me sacudió como un torbellino,
en una noche que avizoraba una vez más la rutina de mi vida. Intentaba que mi
peque grande conciliara el sueño, tan preciado para mí después de un fin de
semana por planetas mágicos, naves voladoras, monstruos y superhéroes, cuando
descubrí este filme que sencillamente se llama Manchester by the sea -por supuesto, no caeré en la absurda manía
de traducir el idioma, no sería lo mismo-.
Quizás todos no
comprendan la esencia de este filme, o más bien no disfruten las 2 horas y 15 minutos,
que nos entrega majestuosamente Kenneth Lonergan, quien debutó como director en
el 2000 con la película You can count on
me.
La radicalidad de las
pérdidas mostradas en esta obra de arte -me atrevo a decir- muestran no solo el
desespero de un hijo ante la imagen de un invierno agonizante e interminable
restringido a la morgue de su padre; sino también la angustia, la culpa, la flagelación
de un hermano que revive su más desgarrador sufrimiento, partícipe de una vida
–si es que podemos llamarlo vida- en soledad, alejado de los sueños y el amor.
Michelle Williams
(Randi), Casey Affleck (Lee Chandler), Kyle Chandler (Joe Chandler), Lucas
Hedges (Patrick)… no hablan de las caras de la moneda, sino de las caras del
dolor. Un tema común, de cierto modo; pero Manchester
by the sea refleja una versión enriquecida desde las actuaciones, la
fotografía, y por supuesto, desde la misma historia que relata.
Diálogos convulsos, marcados
por la espera, la lentitud de trámites mortuorios, el invierno desafiante y el
devenir de un hombre perdido en su tiempo, sus recuerdos y su pesar, se
articulan en el escenario temporal y espacial que dispone, en momentos
oportunos, los antecedentes y causas de las actitudes de los personajes que
lidian con la trama.
Las preguntas
encuentran respuestas, los rostros atraen o alejan al público aturdido y
confuso que se halla ante un hombre solo, drogado aún y sin comprender el más
grande desastre de su existencia. Con la única compañía de los policías
pueblerinos (momento que pareciera insertar al espectador en esta increíble
escena, como un oyente más en la terrible película de terror que relata un
hombre sin alma) concluye este momento con un intento de suicidio, inesperado
por la rapidez con que sucede; pero predecible por el desplomo de la vida de
este ser humano hasta el más ínfimo agujero existencial.
Una banda sonora
impecable, acompaña cada escena, que unido a la fotografía descubren a
Manchester by the sea en toda su solemnidad. El mar como denominador común, único
lugar en el que los protagonistas encuentran un poco de paz, cambia el ritmo de
las relaciones familiares que parecieran afianzarse a través de las pérdidas y
el sufrimiento.
“Entonces, ¿eso es
todo?”, las palabras de Casey Affleck cierran un recuerdo desgarrador pero
imprescindible para comprender el devenir de este personaje que no es héroe, ni
villano, es simplemente, un ser humano q comete errores, se arrepiente y vive
en un constante infierno de dolor que repercute no solo en sus familiares más
cercanos, sino también en la belleza inesperada de Manchester by the sea.
* Profesora del Departamento de Periodismo de UCLV
Comentarios
Publicar un comentario