Una historia “escuálida y conmovedora”





 

 Tal vez el “pecado” que privaría a esta serie de la TV Nacional no sean el sexo, las drogas y el alcohol. Pues, si entregas como “El acompañante” y otras por el estilo tocan temas políticos tabúes, Cuatro estaciones en la Habana realiza un compendio de las manchas sociales vigentes en los años noventa que quedan intrínsecos en el argumento, un retrato en colores de años en blanco y negro, una historia diferente que no deja de ser “escuálida y conmovedora”.

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Por: Lázaro Arias


El “Conde”, el policía señalado de la unidad por sus prácticas poco ortodoxas pero muy efectivas, un cubano común que en su tiempo libre hace andar su máquina de escribir en el intento reproducir sus peripecias y lograr su verdadero sueño: crear una historia “escuálida y conmovedora”. Mario Conde enfrenta casos de índole diversa en contacto directo con sectores sensibles y maltratados de la sociedad mientras reproduce la parte oscura de la Habana.
Jorge Perugorría da vida al personaje protagónico Mario Conde, un cuarentón con un pasado oscuro y un futuro sin rumbo, un hombre que además de policía es amigo incorruptible, machista-leninista pero un nostálgico de mierda (como el mismo se define), enamoradizo, alcohólico sin arrepentimiento y escritor frustrado.




Incurre en nuestras pantallas, no por TV nacional, sino vía paquete-memoria. Todo un banquete para los amantes de las novelas de Leonardo Padura, para todo aquel tele-optimistas exhaustos de dramatizados del patio al estilo “Tras la huella” con protagonistas ascetas divididos con una coraza metálica entre sus interpretaciones y el público, con tramas igual de secas, desprovistas de concatenación entre capítulos, y últimamente orientadas más hacia las ramas que a la raíz de los males que azotan a nuestra capital.
Cuatro estaciones en la Habana llega como una sublime e interesante propuesta serial. Como un excelente plato para aquellos paladares asqueados de series policíacas extranjeras monotemáticas y repletas de clichés, con héroes de complexión inexpugnable, eruditos con tecnología futurista, casos imposibles, mujeres de hierro…

La miniserie ganó el Premio Palatino a la mejor Mini-serie Iberoamericana




Recrea una decadente y herida Habana de finales del pasado siglo y para ello cuenta con un elenco de primerísima línea, incluso en los papeles más incidentales o terciarios. Tal parece que el gremio actoral cubano se enamoró de la historia o se sirvió del pastel económico que ofreció la coproducción española-cubana.
Secundan a Perugorría muy de cerca en el ámbito policial, Manolo (Carlos Enrique Almirante) su fiel coequipero de investigación, el Mayor Rángel (Enrique Molina) jefe de la unidad de la policía a quien Conde considera como un padre. Y también, los amigos y compañeros de tragos de Conde que cargan la trama de matices de la época: (Jorge Martínez) un médico graduado en la Revolución pero con muchos divergencias políticas con el proceso, (Luis Alberto García) un veterano de Angola paralítico a causa de una disparo, “el Rojo” (Mario Guerra) un amigo de la infancia lleno de ira y de miedo que inventa cualquier maroma por ganarse unos pesos, etc.
Claro, las ficciones del detective Mario Conde no nacieron del ingenio del director Jorge Víscarret, ni de otra mente maestra extranjera con dobles intenciones políticas, sino de la pluma del escritor, crítico, periodista, guionista y uno de los creadores de la serie, el cubano Leonardo Padura, de su saga literaria Cuatro estaciones.

Saga literaria de Leonardo Padura que inspira la miniserie en orden de publicación



“No hay nadie mejor que Mario Conde para meterse en La Habana, hurgar en sus oscuridades y sacar alguna luz. Lo que quise fue hacer una especia de crónica, de testimonio de lo que ha sido la vida cubana reciente. En cada una de sus investigaciones se revela un sector de la sociedad cubana pero también la humanidad de una serie de personajes que viven esa realidad de manera cotidiana”, puntualizó el escritor Leonardo Padura sobre su saga según refleja el sitio pagina12.com.
Netflix distribuye la miniserie desde el 2016 en cuatro capítulos de algo más de 80 minutos con idénticos nombre de los libros de Padura que inspiraron su puesta en la pantalla chica. Tal vez, cuando oyes el nombre de la mega-corporación de entretenimiento vengan a la mente efectos especiales y propuestas superficiales, pero no es el caso. Padura y Viscarret muestran cuánto se puede hacer con una historia bien pulida y el talento de la Isla sin remitirse a presupuestos escalofriantes, y de paso invitan a librar de redundancia y mediocridad a las producciones nacionales en cuánto a dramatizados policiales se refiere.




De izquierda a derecha: Carlos Enrique Almirante (Manolo), Leonardo Padura y Perugorría (Mario Conde) durante el rodaje




Pero el mérito no encierra solo a estos dos. Las tonadas melancólicas de trompeta y saxo principalmente junto a una excelente fotografía de Pedro J. Marquéz logran que los planos constantes de la Habana recuerden, añoren, padezcan, lloren con el espectador. El gancho con la historia será inevitable. Las escenas esculpidas con exacta técnica novelística y representadas con lo que más vale y brilla de la dramaturgia cubana logra un equilibrio valioso a los ojos de los televidentes.
Y así traducen cada pedacito de la Habana como lo haría un auténtico cubano, no con el material de venta al turismo, sino con el que se siente bien adentro: amor y odio, risas y lágrimas, pobres y ricos, barriadas y mansiones, religiosos y laicos, miedo y valor, viejos rencores, crímenes pasionales, infidelidades, corrupción, drogas, prejuicios.
Tal vez el “pecado” que privaría a esta serie de la TV Nacional no sean el sexo, las drogas y el alcohol. Pues, si entregas como “El acompañante” y otras por el estilo tocan temas políticos tabúes, Cuatro estaciones en la Habana realiza un compendio de las manchas sociales vigentes en los años noventa que quedan intrínsecos en el argumento, un retrato en colores de años en blanco y negro, una historia diferente que no deja de ser “escuálida y conmovedora”.

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