El guardián: moneda de una sola cara

El guardián entre el centeno puede ser una perreta adolescente, pero también puede mostrar un nuevo camino a la hora de interpretar el mundo.


Por: Miguel Angel Castiñeira García

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Me duelen un poco los ojos. Si antes me dolían los ojos cada vez que leía, ahora lo hacen mucho más por culpa de toda esa idiotez de los lectores digitales. No quiero que piensen que soy un tipo que solo sabe leer y que vive en una cabaña en el bosque. Pero estaría mintiendo si dijera que de vez en cuando no disfruto echarme unas páginas. No obstante, me resultaría provechoso — tal vez por aquello que dicen del campesino que siembra y no recoge la cosecha — hablarles de un libro en particular: El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger.
No tengo ni el más mínimo interés por convencer a la gente de que se lean el libro, el cual resulta un poco absurdo, sobre todo por la trama: un muchacho cuenta, en primera persona, la historia de cómo salió del instituto, conversó con un par de prostitutas y un montón de tíos falsísimos, habló por teléfono con tres o cuatro cretinos y, finalmente, terminó en un manicomio. ¿A quién podría interesarle esa mierda?
“Las personas promocionan todo aquello que les gusta”, alguien me dijo un día, y debe ser eso lo que me sucede.
Por cierto, al asesino de John Lennon le encantó, o le encanta (no sé si todavía le encanta), la historia. No les voy a decir el nombre del asesino de John Lennon porque el asesino de John Lennon no tiene otro nombre que no sea El asesino de John Lennon. Horas antes de cometer el crimen, había comprado un ejemplar. Incluso, alegó que la justificación de sus acciones se encontraba entre las páginas de la novela de Salinger.
La película Chapter 27, a través de un Jared Leto que subió diez mil libras solo para poder interpretar al personaje protagónico — el asesino de Jonh Lennon, por cierto, quien además era gordo (no sé si todavía lo sigue siendo) — intentó recrear los hechos mediante varias referencias a El guardián… y el efectismo que significa hablar de la muerte de uno de los Beatles. Creo que resultó un fracaso de taquilla. No la recomiendo porque no la he visto. Tal vez fue demasiado pretensiosa, como esta reseña. A otros asesinos también les llamó la atención la obra. No sé quiénes son. Tampoco me interesa buscarlos. Borré la Wikipedia de mi computadora en un arranque de ira.

La adolescencia es una etapa muy difícil ¿Quién no lo sabe? Por supuesto, cada persona enfrenta esa especie de montaña rusa hormonal, donde un día se está abajo y al otro se está arriba, de una manera diferente. Hay quien se enajena con los juegos de computadora, con la música, con las series, con las pajas… Al protagonista de The catcher in the rye (título original) no le gustaba para nada el cine. Nació en una época donde ni siquiera se soñaba con la posibilidad de que en un futuro cada familia en Nueva York pudiera tener una PC en el hogar. Lo cierto es, y disculpen las divagaciones, que la adolescencia de Holden Caulfield fue la mar de difícil.
Holden era un niño complicadito. Estaba medio loco y todo. En caso de existir en el mundo un deporte que se tratara de sacarle a cada maldita cosa el lado negativo, Caulfield sería el campeón indiscutible.
A veces se convierte una tarea titánica, para el lector, saber en qué momento este joven narrador de 17 años está mintiendo o diciendo la verdad: engaña por placer, fuma como una chimenea y toma como un cosaco, aunque por ser menor de edad casi siempre le queda vedada la posibilidad de coger la curda que tanto acostumbra a desear.
Desde luego que es un personaje muy bien acabado. Refleja el sufrimiento de aquellos que tienen aspiraciones demasiado altas y no se conforman con ser de una forma o de otra, sino ser como les dé la gana.
“Verás que no eres la primera persona a quien la conducta humana a confundido, asustado, y hasta asqueado. Te alegrará y te animará saber que no estás solo en ese sentido”, le dice a Holden el señor Antolini, como queriéndole decir: de esa etapa se sale, muchacho. Todos pasamos por ahí, por el no saber qué hacer con nuestras vidas. No obstante, lo que queremos hacer con nuestras vidas es algo que siempre hemos sabido, por mucho que nos duela reconocerlo.
Pero la pérdida de la inocencia resulta terrible para un niño en los albores de la adultez. Chocar con la hipocresía generalizada suele doler mucho más que chocar contra el tren universitario, por decir algo. Si hace sesenta años la cosa metía miedo, imagínense ustedes ahora. ¿Cómo es ahora? Pues, del carajo. Por eso, digo yo, tiene mucha vigencia El guardián…, porque adolescentes incomprendidos los habrá siempre y más en estos tiempos, cuando los adultos se preocupan cada vez menos por comprender nada.

El libro de arena, del autor argentino Jorge Luis Borges, recoge un conjunto de cuentos que tratan sobre la posibilidad de que ciertos objetos nos cambien la vida, sobre todo si nos encontramos dispuestos a correr con esa suerte en el momento de la interacción. Una moneda puede ser solo una moneda, pero también puede ser el Zahir. El guardián entre el centeno puede ser una perreta adolescente, pero también puede mostrar un nuevo camino a la hora de interpretar el mundo. Todo depende de la disposición del lector en el momento de la interacción.
Voy a cerrar el libro que el dolor en los ojos me está matando.
Mañana, si acaso, escribiré una reseña.

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