Dr. Bárbaro Rafael Hernández Acosta, Profesor del Departamento de Periodismo -
Yo sé que el
colega José Antonio Fulgueiras me va a
comprender. Seguro estoy que no va a ver mal que yo rompa mi compromiso de
reservarle para la segunda edición de su reciente libro “Y en eso llegó Fidel”
mis recuerdos de la visita del Comandante en Jefe a Caibarién pocos días
después de que el huracán Kate golpeara con saña a ese pueblo hace ya 31 años.
Yo sé que “el Fulgue”
me entiende porque quienes sentimos el periodismo, los hechos de estos días,
nos conminan a trabajar. Por eso me adelanto a su libro.
La noche del 18 al 19
de noviembre de 1985 el huracán Kate azotó con furia a Caibarién. Al igual que
en otros lugares de la costa norte de la región central del país dejó a su paso
destrucción, pérdidas, tristeza e incertidumbre. Hacía muchos años que no se
sufría en el territorio el embate de ese tipo de fenómeno meteorológico, por lo
que el pueblo y las autoridades actuaban de una manera que en muy poco se
parece a la prevención y organización con que hoy nos enfrentamos a los
ciclones.
Así, durante muchos
días, se sucedían en la sede del Comité Municipal del Partido interminables
reuniones para atenuar el impacto de los daños del huracán cotejando
información, decidiendo el destino de muchos recursos de todo tipo, exigiendo
por que las cosas se hicieran bien y rápido, pues había un pueblo sin agua, sin
electricidad, con reservas de comida a punto de agotarse, muchas casas sin
techo………
De modo que para el
periodista de la emisora municipal de radio que era yo en ese entonces ir al
“Partido” era estar en el sitio indicado para acceder o estar al tanto de la
casi totalidad de las informaciones que en la Villa Blanca podían suscitarse. Por eso, y a pesar de que la emisora estaba
fuera del aire, mi presencia en el lugar era constante pues siempre lograba
obtener información de interés para hacerla llegar vía telefónica a los
servicios informativos de CMHW.
En una de esas jornadas
de trabajo salgo al filo del mediodía para la sede del Partido en Caibarién.
Según me fui acercando a aquella casona ubicada en una esquina no ver ningún
vehículo parqueado frente a dicho inmueble o en la calle lateral me pareció
raro a esa hora del día, pero más extraño fue para mí que afuera, en las aceras
y en el amplio portal, no había ni tan solo una persona. Me bajé del side-car
Jupiter que usaba como medio de transporte y resuelto traspasé el portal, me
detuve en la recepción, di, no sé al cabo del tiempo, si los buenos días o las buenas tardes, pero
no había nadie tampoco y por supuesto ni una voz respondió mi saludo, que
repetí, volví a repetir y solo el silencio obtuve como respuesta, para
incentivar así en mí la incredulidad, pues aquella soledad en el lugar donde la
norma era un ajetreo constante desde hacía varios días, era inexplicable.
Impulsado por la
curiosidad me atreví a empujar la puerta
que limitaba el acceso al área donde estaban las oficinas de los cuadros y
funcionarios, las cuales estaban dispuestas a ambos lados de un amplio y
semioscuro pasillo. Tampoco había nadie, ni tan siquiera se oía el teclear de
una máquina de escribir, las puertas estaban cerradas. Entonces no volví a
saludar y juntando más aire de lo normal en mis pulmones solté la pregunta en
un tono algo más alto de como se suele hablar en ese tipo de lugar: ¿Qué pasa
aquí que no hay nadie……?. Al final del pasillo se abrió una puerta y apareció
el rostro de una secretaria conocida: “¡Que llegó Fidel, periodista!, está pa
La Pesquera”.
No tuve que pedirle que
me repitiera aquellas palabras dichas como un disparo. Corrí a toda velocidad
hacia el side-car donde me esperaba Casanova, un joven grabador-editor de sonido,
quien además de ser un excelente técnico de audio, ya había ganado fama en la
emisora por su destreza para conducir cualquier tipo de artefacto motorizado.
Bastó decirle con voz alterada y los ojos casi desorbitados, según me describió
después el propio chofer: Dale que Fidel está en La Pesquera y aquel triciclo
alcanzó en solo instantes una velocidad
propia de Fórmula Uno. Cortando camino, transitando por calles aún
llenas de escombros o con charcos como lagunas, logramos alcanzar la caravana
de varios autos Mercedes Benz negros.
En un acto temerario,
el chofer, y yo con él, irrespetamos las señales, que con los brazos varias personas
de civil nos hacían para que nos detuviéramos, pero….en uno de esos autos iba
Fidel y esa era la gran noticia para aquel joven periodista, pero también lo
era para los vecinos de aquella calle aledaña a la orilla, a quienes la fuerza
del mar y del viento había perjudicado tanto.
Por sobre el ruidos de
los autos y el de aquel side- car a punto de fundirse, de nuevo se alzó la
palabra mágica para muchos cubanos: ¡Llegó Fidel!, ¡Ahí está Fidel!, y la
gente, por decenas y decenas, salía de no se sabe dónde y en un instante fueron
tantos que hubo que parar ahí mismo. Frente a mí se abrió la puerta trasera de
uno de aquellos autos y de su interior emergió alguien a quien nunca había
visto en persona pero que conocía de toda mi vida: ¡Mi madre!, es Fidel, creo
que fue lo que atiné a pensar en ese instante. Y de pronto lo tenía ahí, parado
delante de mí y yo con el micrófono haciendo fintas entre los fornidos cuerpos
de los guardaespaldas tratando de registrar para la historia todo sonido que allí
se produjera.
Entonces paseó su
mirada por el lugar y trató de hablar, y desistió por un segundo pues los
gritos, los vivas, mira-mira, es él, alcanzaban decibeles más que altos. Una
multitud de pueblo deseosa de acercarse a él cada vez más, hizo que la escolta
estableciera un férreo cordón de contención. Entonces Fidel alzó la mano
derecha y volviéndola a bajar de forma consecutiva, produjo el efecto deseado:
se hizo silencio y comenzó el diálogo que aquella grabadora húngara me permitió
conservar para la posteridad.
Fidel hacia una
pregunta y del pueblo brotaban a la vez muchas respuestas.
-Y ustedes, los vecinos
de aquí, ¿cómo se salvaron cuando el mar entró? Y Justo, un maestro de primaria
le responde: Brincando por los patios, Comandante.
-Y los techos, ¿se
dañaron mucho? Si Comandante, pero lo importante es que estamos vivos, le
contesta un hombre de piel curtida por el sol.
Así se desarrolló aquel
diálogo que Fidel cerró con una frase
que antes de pronunciarla ya se estaba cumpliendo: Está bien, los ayudaremos.
Entonces tronaron los
vivas y cosas parecidas, que ahogaron sus palabras de despedida, las que tuvo
que sustituir por una señal de adiós hecha con sus manos, las que tanto me habían llamado la atención,
por sus dedos largos y finos y que años después el pintor Guayasamín supo
plasmar en un retrato. Cuando partió, el
tiempo había volado, queríamos que su estancia se hubiera extendido mucho más,
pero lo que no sabíamos era que unos minutos y horas después los vecinos de
Yaguajay, Mayajigua, Punta Alegre y Morón, a viva voz, como acababa de pasar en
Caibarién, lanzarían al aire la frase anunciando que llegó Fidel y con el líder
de la Revolución, la esperanza, la confianza y el amor.
* Para la publicación
de esta crónica hice todo lo posible, vía telefónica, por obtener copia digital de dos fotografías
que por muchos años estuvieron colocadas en la recepción de la sede de la
Asamblea Municipal del Poder Popular en Caibarién, en las que aparecemos Pedro
de la Hoz, de Vanguardia y yo, cerca de Fidel, quienes, además de Aldo Isidrón
del Valle, por Granma, fuimos los únicos periodistas que cubrimos aquella
visita de Fidel a Caibarién.
Lamentablemente hasta
ahora solo he podido obtener copia de la tercera fotografía que recuerda
aquella jornada, la cual gentilmente me hizo llegar la colega Ileana Fernanda
Triana, de Radio Caibarién, y que por su valor testimonial acompaña a este
texto pues el sólo hecho de recoger aquellos momentos de Fidel en Caibarién le
dan sobrados méritos para ser publicada.
Dossier: Fidel entre nosotros
Dossier: Fidel entre nosotros
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