Ante la cercanía de la Feria Internacional del Libro, Sin Miedo al Horizonte publica su propio ejemplar de 3 capítulos: "Comprar un libro y no morir de hambre en el intento".
Esta es la primera entrega: Lucy
Prólogo
No hace falta encuestar a la población, mayormente a
la juventud, para saber que no leen tanto como antaño. Los dos o tres que
practican este antiguo ritual, encuentran muchas dificultades a la hora de
buscar los libros que desean.
Los mejores
textos se encuentran en algunas librerías particulares. A estos sitios, debemos
acercarnos con nuestra alcancía de puerquito para entregar los ahorros de toda
una vida por… no sé… 1984 de Orwell, el cual se vendió, ¡la misma edición!, en
la Feria del Libro a un precio relativamente módico.
No hace falta
morir necesariamente en esta clase de lugares. Existen alternativas, más
baratas, que están deseosas por recibir a lectores ávidos de literatura. Solo
hace falta explorar un poco, caminar tu municipio…
Aquí, en el mío, presento las tres mejores opciones:
Una librería del estado, que parece no tener buenos textos,
pero sí los tiene. Maestro y Margarita lleva mil años ahí. A veces me dan ganas
de salir a la calle y gritarle a la gente: ¡El Diablo llegó a la sociedad
burocratizada de la URSS para formar revuelo!, ¡compren el maldito libro!
Una librería de
textos raros y de uso, que por un mecanismo de compra-venta el lector regula
tanto su espíritu literario como su bolsillo. Aparecen por sus anaqueles
verdaderas joyas y, además, te puedes encontrar un especialista que te asesore.
Una librería
particular, pensada para el cubano y no para el extranjero. Cuenta con un
mecanismo de compra-venta y se le da la opción al lector de rentar. Ofrece muy
buenos precios y muy buena calidad literaria.
Capítulo 1: Lucy
Un señor, casi cercano a la vejez, sale un momento del
trabajo a las once de la mañana. Al cruzar el umbral de la librería “Dionisio
San Román”, la librera lo recibe con una sonrisa de oreja a oreja, como recibe
a todo el mundo. Lucy González Martínez lleva diecinueve años trabajando allí.
Este sitio se caracteriza por contener verdaderos
tesoros, pero hay que buscarlos bien. Lo mismo te puedes encontrar con Herman Hesse
a diez CUP, con Eduardo Galeano a veinte, con Mijaíl Bulgákov a quince, con
Gabriela Mistral a cinco…
Despacio, el
señor inspecciona los anaqueles de la misma. Encuentra un libro sobre la vida
del Apóstol y lo deja en el mismo sitio, porque le faltan tres pesos para
podérselo comprar.
No es un
problema extremadamente grave, regresará de aquí a unos días con el dinero y se
lo llevará para su casa. Sin embargo, si por casualidad se le ocurriese ir a
una librería particular, donde una Edad de Oro podría valer hasta cinco
dólares, sinceramente, no creo que a este amigo se le ocurra volver.
Hoy por hoy, se pueden observar una inmensa variedad
de títulos en los libreros cuentapropistas. ¿De dónde los obtienen?
“Aquí vienen
personas hasta de Trinidad, en tiempos de Feria son los primeros en la cola.
Desde bien tempranito, salen para Cienfuegos y compran los textos que más exige
la población: Había una vez, Oros viejos, El principito, libros para
colorear... Se llevan cualquier cantidad, porque aquí tenemos una política de
libre demanda para cumplir un plan, lo cual resulta muy difícil de
conseguir”—afirma Lucy, quien no está para nada de acuerdo con este
acaparamiento literario, con fines extranjerizantes, por parte del mercado
particular.
Pero, el tipo de clientes para el cual exponen sus
precios astronómicos, no queda muy claro. Tal vez sean los turistas, las
personas más pudientes o aquellos lectores desesperados que darían cualquier
cosa por obtener la obra deseada y, durante tanto tiempo, buscada. En la
librería La Fernandina, Compra-Venta de Libros, pueden preguntarle a uno de
esos trabajadores por cuenta propia. Les advierto: no le gusta conceder
entrevistas.
Lucy comenta que, al respecto de estos “libros de
puntería”, llegan pocos ejemplares y se venden muy rápido. Después, aparecen las
mismas ediciones en las estanterías particulares a cinco o a seis pesos
convertibles. Un libro para colorear se encuentra a treinta y cinco pesos en la
calle, y como este, mil ejemplos más.
Si se aumentara la eficiencia en el trabajo de
promoción, tal vez no fuera necesario tener una política de libre demanda,
donde cualquiera puede comprar la cantidad de obras que desee y, así,
revenderlas. “Se ponen mesas en la acera para que los transeúntes que pasen,
puedan comprar. Se visitan las escuelas o los centros de trabajo. Pero, en
sentido general, sí considero que la promoción ha mermado con respecto a otros
tiempos”—constata la compañera Lucy Hernández.
En cualquier momento, el mismo Galeano le dirá a uno
de esos avaros mercaderes que: “Como medio de revelación de la identidad
colectiva, el arte debería ser considerado un artículo de primera necesidad y
no un lujo”.
Por: Miguel Angel Castiñeira García
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